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El síndrome de la momia

Fernando Acuña

2 de febrero, 2011

Dicen  que  funcionarios  del gobierno calderonista  están pidiendo cientos  de millones a las entidades federativas, por  brindarles  certidumbre,  y  dispositivos eficaces en el tema duro  que a todos nos aprieta el  alma. Están solicitando las perlas de mil vírgenes, y todos los azul celestes, entendidos como  privilegios, solamente accesibles a  las cortes  de los jeques  árabes.

   A  eso  se le llama medrar con la angustia colectiva. Eso  es lo que verdaderamente  sucede  atrás  de las persianas, mientras que en  la escena  mediática,  los  discursos jactanciosos y triunfalistas, siguen alimentando el tedioso estribillo, embarrado a  las pantallas caseras, como crema de cacahuate.

---¡No cejaremos….! ¡Todo el peso de la ley..! ¡Estamos en la línea correcta..!

    Paralela  a esta parodia,  las llanuras populares del país,  se encuentran al borde del incendio social. La  raza  de las  calles y  de los barrios mexicanos, no tiene  nada que pedirle  al odio  y a la frustración de las masas  enfurecidas del norte de África.

     Si  allá  tienen  a un Mubarak  con treinta años de dictadura, aquí padecemos más de tres décadas  con un modelo económico empobrecedor de las mayorías; un  Congreso de  la Unión  cómplice,  y  unos partidos políticos, convertidos en forajidos del poder. 

     El concepto de la pobreza, tradicionalmente aplicable a la economía patrimonial de los ciudadanos, se ha extendido a  todo un abanico de valores éticos, morales, ideológicos y políticos. La brecha del divorcio entre las élites que definen  unilateralmente  el rumbo de éste país, y la masa anónima que a duras penas se  entretiene con futbol y telenovelas,  es cada vez más ancha. 

     México  ya  no puede  seguir con el mismo estilo gerencial, donde  los conglomerados  ciudadanos, pagan  todo, y  nada  a cambio reciben. Medicinas caras, alimentos por las nubes, empleos raquíticos, leyes  clasistas, impuestos  para los de abajo  y exenciones  para los acaudalados.

  Para  quienes  crean que,  los  sucesos  violentos, que actualmente  sacuden  a Egipto  y otras naciones  de esa región africana,  no se engañen: las revoluciones  son como  las esporas que viajan con la fuerza del  viento.

  Las condiciones  de arrinconamiento  que enfrenta  la sociedad mexicana, no crea usted que son tan diferentes.

  En muchos aspectos, Egipto y México comparten paisajes  sociales y políticos idénticos: allá hay un gobierno  aferrado  a sus errores;  aquí tenemos  a  un homólogo, alejado  de la realidad, empeñado  en echar las culpas  a  los medios  y a sus enemigos políticos. 

     Tengan cuidado con el  síndrome de las momias, porque al igual que allá, la sociedad  mexicana  ha  estado  callada, silenciosa y amortajada, pero  en cualquier momento puede saltar  de su sarcófago.

  Los pueblos pueden  durar  muchas décadas aparentemente  dormidos. Pero  su despertar es terrible.

--------EL  DIPUTADO NO  CONTESTA LLAMADAS----------------

   Dicen  que,   en diciembre  del  2010,  algunos  priístas  se  impusieron  la  tarea  de organizar posadas  a la gente  humilde de las montañas  huastecas. No  había  dinero, pero sí muchos deseos  de  regalarles a esas familias campesinas,  una tarde  de  dulces  y piñatas para sus hijos.

    Hicieron  una lista  de posibles donantes. Entre ellos figuraba el nombre  del  joven  diputado federal  Alejandro Guevara Cobos, que  tiempo  atrás  había  pasado  por   esas comunidades como  una  vigorosa  ráfaga de viento, cargado de  promesas  y planteamientos.

    El  faramalloso chavo priísta, dueño de una singular  personalidad, conurbada entre lo impulsivo, lo emocional   y lo prepotente  había  cosechado en  aquellos montes sagrados de Tamaulipas, los votos necesarios como para  vivir sin preocupaciones,  en  la  faraónica estadía  del  legislativo federal.

  Obviamente,  en aquellos momentos, Alejandro,  tocayo  de  aquel  General macedonio, conocido   como  “El Magno”  ya  ni siquiera  se acordaba  de  las veredas marginales, y de la  jodencia  encaramada como niebla eterna sobre  las rancherías serranas.

  Por eso, cuando su secretario  le pasó  aquella incómoda llamada, el joven legislador, cuya agenda  cotidianamente está ocupada con desayunos donde aparecen puras celebridades del jet set político, contestó con menosprecio:

----Diles a esos güeyes que no estoy. ¿Qué no ves que hoy  tengo una comida con Gamboa..?

----Parece que  están pidiendo apoyo para unas piñatas  señor, le explicaron.

----¿Piñatas..?, sonrió  irónicamente  Guevara Cobos. ¿Y para esas mamadas me están buscando?  Que las hagan con carrizos..ahí en sus ranchos  hay un chingo.

  Había  cierta  verdad histórica en  las exclamaciones  del diputado federal  por Mante. La revolución  se había  amasado con sangre campesina, pero  después  la disfrutaron solo los generales, y  posteriormente  los políticos emanados de esa  nueva aristocracia institucional.

  El  verbo mexicano  por excelencia, abordado  en las lecturas  de Octavio Paz  y  de Carlos Fuentes, volvía  a hacerse presente:

El joven diputado federal por Mante, pertenecía al mundo de los chingones. Y abajo, entre las agrestes cañadas  del VI distrito, pululaban los hijos de la chingada. Sus votantes pues..

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