Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
15 de marzo, 2011
El Consejo Nacional del PRD se alista para elegir este sábado al sustituto de su líder nacional, Jesús Ortega Martínez. Los perredistas llegan muy fracturados, pues en los últimos meses sus principales dirigentes, el propio Jesús Ortega y Andrés Manuel López Obrador, se han enfrascado en enfrentamientos directos y duros, a los cuales se han sumado muchos otros actores, pero no para llamar a la serenidad y la unidad, sino para avivar aún más el fuego que no termina de consumirse.
Hasta el propio Cuauhtémoc Cárdenas, con toda su poder moral que impone al interior del PRD, se sumó a esta guerra de dimes y diretes, y entre serio e irónico, llegó a proponer que la dirigencia se entregue a López Obrador para que ponga orden.
Qué las cosas andan muy mal, demasiado mal al interior del PRD, lo demuestra el hecho de que el propio hijo de Cuauhtémoc Cárdenas, su hijo Lázaro Cárdenas Batel, rechazo la propuesta de un nutrido grupo de perredistas que lo invitaron a participar.
A unos pocos días de que se decida quién debe ser el dirigente del PRD, hay por lo menos siete aspirantes con posibilidades reales de encabezar al partido del sol azteca: Dolores Padierna, Hortensia Aragón, Martha Delia Gastelum, Javier González Garza, Carlos Navarrete, Jesús Zambrano y Armando Ríos. Las posibilidades finales parecieran concentrarse en Dolores Padierna, por tener el aval de López Obrador, pero también de un amplio sector del perredismo nacional.
Hoy que los perredistas andan de la greña, cual perros y gatos, bien harían en aprender la serenidad con que los priistas suelen atender sus asuntos partidistas. Ciertamente antes de que se defina un candidato o un liderazgo, de cualquiera de los tres niveles, los priistas suelen tirarse con todo, incluso llegan a la descalificación y al insulto, pero casi siempre todo lo hacen a nivel privado. Casi nada trasciende a lo público, porque suelen cuidar muy bien las formas.
En las reuniones internas suelen destaparse, no se miden a la hora de hacer señalamientos. No les importa llegar a las mentadas de madre, con tal de establecer muy bien su posición. Llegan incluso a las amenazas legales, con tal de intimidar y someter al adversario.
Sin embargo, definido el candidato o el liderazgo, suelen establecer un borrón y cuenta nueva y los que antes se atacaron, aparecen en público, no solo actuando como personas civilizadas, sino también como los grandes cuates. Por supuesto, la generalidad del público ve esto muy normal y solo un selecto grupo, los que estuvieron al tanto de los pleitos, suelen hacer alguna que otra crítica negativa por la amistad que se demuestran los que hasta hace poco pareciera que se odiaban a muerte.
Al final de cuentas, los priistas terminan convencidos de que es mejor que gane ese personaje al que no se le tiene estima, a que gane un elemento de otro partido. O en el caso de los liderazgos, a que llegue un improvisado que a la larga termine contribuyendo a la derrota del partido en las elecciones más cercanas.
Muy diferente a los priistas suelen ser los militantes de los demás partidos que se atacan entre sí, se hacen pedazos, descalifican al adversario y terminan contribuyendo a enrarecer el ambiente, perjudicando a su propio partido, en beneficio de los adversarios.