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Reforma Política

Raúl HERNANDEZ

1 de mayo, 2011

La pretendida reforma política que acaba de aprobar el Senado, cerrando de paso su período ordinario de sesiones, suena más a estrategia electoral que a una sana intención de aplicarse en la práctica, al menos no en las elecciones de julio del 2012.

Las dos propuestas principales se centran en las candidaturas ciudadanas y en la reelección de los diputados federales.

El Senado se lava las manos y pasa la estafeta a la Cámara de Diputados para que ellos revisen y determinen si proceden o no estas propuestas y luego, en el supuesto de que estén de acuerdo, se tendrían  que enviar a los congresos de los estados para su análisis. Falta pues mucho tiempo para que se vea.

Pero además, el Senado quiere vernos la cara de tontos, presentando como suya y como una novedad, un tema del que se viene  hablando desde hace muchos años y que no ha avanzado por la oposición  de todos los partidos, empezando por el PRI. Desde el 2004, Carlos Castañeda emprendió una batalla ciudadana, legal y política para que lo dejarán postularse como candidato a la presidencia de la república, pero sin el respaldo de ningún partido, sino en calidad de ciudadano.

Su  lucha la llevó a la Comisión de los Derechos Humanos, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la Comisión Internacional de los Derechos Humanos, en universidades nacionales y extranjeras. Dio entrevistas en muchísimos medios extranjeros y todo, absolutamente todo, fue en vano. Ni siquiera la valió haber sido Secretario de Relaciones Exteriores en los primeros años del sexenio de Vicente Fox, pues  no le permitieron que se registrara.

Si al hombre le hubiesen permitido ser candidato, no hubiese ganado la elección pues  nunca creció en el ánimo de los ciudadanos, como para representar un riesgo para los tres principales partidos ni para el gobierno mismo. Pero no le prestaron atención, porque  los partidos no quieren  ceder el monopolio que ejercen en los procesos electorales. Ellos quieren ser los que registren candidatos, los que reciban subsidios, los que puedan  hacer cambios en los órganos electorales.

Y es que en México los procesos electorales los centralizan los partidos políticos y se antoja difícil que algún día decidan entregar ese monopolio a los ciudadanos. Esa es una reforma que  si bien le va al país la van a ver nietos de nuestros nietos.

En cuanto a la re elección de los diputados,  basta revisar la trayectoria de muchos de nuestros políticos nacionales y locales que se la pasan de puesto en puesto: hoy son senadores, al terminar su periodo se van de diputados federales, luego como diputados locales. Ahí están los casos de Jesús Ortega, del PRD; de Emilio González, del Verde; o de Horacio Garza, del PRI que de 1991 a 2006 fue dos veces alcalde, dos veces diputado federal y una diputado local. Con estos antecedentes, ¿Valdrá la pena  una reforma legal para permitir la reelección y que nuestros políticos  puedan  durar 50 años continuos en el poder y luego le hereden el cargos a su parentela?

La supuesta reforma política no es más que una estrategia electoral y de esas van a surgir muchas en los próximos meses, desde acabar con el IETU, la universalidad de la salud social, espacios asegurados en las universidades, la educación  obligatoria y gratuita hasta preparatoria y en un descuido hasta le prometen a los fanáticos del América que la próxima temporada sean campeones. Prometer no empobrece.

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