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'El mayo de hasta la madre'

Fernando Acuña

8 de mayo, 2011

El tigre social ya  rompió su jaula. Todo empezó cuando la  guerra de Calderón mató al hijo de un poeta. Se olvidó el Presidente que estos hombres, como Javier Sicilia, no miran con los ojos, sino con el alma. Traen en sus alforjas, armas hechas de palabras. Son dueños  de un encanto  y de una fuerza desconocida. Sus  metáforas, sus frases,  sus  convocatorias  tienen el embeleso de la flauta, que un día llegó  al pueblo de Hamelin.

     La  gente  los  sigue, los procura, porque  no  traen discursos escritos, ni corbatas perfumadas o trajes sastres, comprados en Paris ó en Nueva York. Su fuerza no proviene del poder establecido, sobre  los aviones y  las tanquetas. No caminan forrados de guaruras. No se  mueven, arropados por el estrépito  de sus estados mayores presidenciales.

     Su fuerza reside en una pequeña luz interior. Un cirio  que nace en el corazón, y  brilla en el rostro. Ese  es Javier Sicilia, ese es su movimiento. Está hecho de gente, de manos  y de brazos, de rostros  y de pies que avanzan por las calles de la patria, con la verdad  en ristre, como lanza moral, contra los embustes de la dictadura institucional.

     Los hijos  de  Isabel  Miranda, de Nelson Vargas y  de Alejandro Martí, pavimentaron el camino de la impunidad, en un país  ausente  de leyes;  sujeto  a  la tristeza y  a la angustia, de carecer de lo más elemental: su libertad  para vivir  y darse el destino que  su  esfuerzo familiar y personal  le  permiten. El México de Calderón  es el país  del terror, del miedo infinito.

  La patria  ya no aguanta más,  la repetición  del  mensaje presidencial,  heredero  de las mentiras hitlerianas,  redactadas  y ensayadas por  el  propagandista del nazismo  Joseph Goebbels. Los medios  informativos  tampoco podemos seguir siendo cómplices de un poder  divorciado  de las calles y los hogares. Hace mucho tiempo que, el discurso  de los palacios y de las residencias del poder,  se ha alejado  mucho  de la  realidad cotidiana.

   Ante  la creciente  debilidad  y la  apatía  de los que gobiernan este país,  el pueblo debe de despertar,  está  despertando. La movilización  de ayer domingo   desde   Cuernavaca  al Zócalo capitalino, es  la más  viva expresión  de la solidaridad ciudadana.

  No era  el número lo que impresionaba, sino  la calidad  de las esperanzas, y  el poder interior  de los rostros que llegaron hasta   el corazón  del país, para  advertirle  al  Presidente  Calderón que,  la soberanía  no  reside en Los  Pinos, sino en el vuelo  de los miles de pies   que  desarrollaron  la caminata por  la paz y por la justicia.

  Da  asco asomarse a la farsa  de las elites políticas mexicanas. Mueve al vómito,  hurgar en los rostros  cansinos   de los calderones;  el teatro futurista de los  Lozano, los Lujambio  y  las Vázquez Mota. El túnel corleonesco de los manlios,  de los gamboas, de las paredes,  y las  cumbias  ruidosas de los Moreiras. O  las miradas dulcificadas  de  los Peñas Nietos. Todos  estos,  se forcejean por el poder. Unos quieren llegar. Los otros no quieren soltarlo. Mientras tanto, la violencia se extiende,  y  la gente común,  el ciudadano  de las calles anónimas,   ha llegado a un punto de no retorno:

---¡Estamos  hasta la madre..!,  es el grito expansivo, repetido en ecos  de rostros sudorosos;  de mantas  y de pancartas que se elevan,  como  signos de la memoria colectiva, bajo el cielo  de mayo.

  Justo en el centro despiadado de una primavera amarga,  las voces de la patria lacerada, se levantan contra el militarismo mexicano.

   El  pueblo eleva su   proclama pacifista. Todos somos  parte de esta nación. Reflexionemos sobre lo que está  ocurriendo: necesitamos  mejores empleos y  niveles más altos de bienestar social. En el fondo,  la  sociedad reclama,  una participación más directa  en el diseño de su destino. Ya no más diputados y senadores que se mueven  bajo la consigna de un solo hombre. Ya no un Poder Judicial, lacayuno  y adocenado,  sujeto  a la voluntad  unilateral del Ejecutivo.

     La marcha  de ayer  en el centro de la ciudad  de México, fue un breve ensayo de esa furia social contenida en  todo el país. Fue esencialmente, un mensaje  a  los políticos que, ejercen el poder como príncipes,  entronizados  bajo los designios  de un legado divino.

  Desde  el  Presidente de la república, pasando por los gobernadores  y  los jefes  políticos de los municipios… escuchen  las voces  de la gente. Y no cierren   sus oídos  a los clamores  del ardor popular. Lo peor que podría pasarles es ratificar  su  pose  de leviatanes monárquicos, todo poderosos.

      La  ciudadanía  ya lo está haciendo. Ya  es hora que,  los gobernadores y alcaldes, eleven también  su voz colectiva  y   encabecen  una movilización  popular, para  gritarle  al  gobierno federal..un  ¡Ya  basta..!  y  un ¡Ya estamos hasta la madre..!

  Si los gobernadores no se deslindan desde ahora,  de esa estrategia violenta,  y no  se suman  a la indignación ciudadana,  el juicio  de la historia, también a ellos los juzgará.

  Gobernadores..ha llegado la hora  de romper el silencio.  ¿Lo harán..?  O seguirán ocultando la cabeza,  alargando  tristemente  el disimulo  institucional…?  No  esperen que el Presidente  los deje de señalar con el dedo, como los chivos expiatorios de esta historia..Mi pregunta  es: ¿Pasarán los gobernadores priístas  a la ofensiva..?

 O..¿con su silencio otorgarán  validez  al fango que,  el Presidente  les  arroja desde  Los  Pinos..?

  Habrá que esperar…

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   Cuando  dejó  de ser el jefe de los pilotos oficiales,  se compró un avión. Quienes  estuvieron  bajo su mando,  coinciden en que, siempre  se manejó con prepotencia. Y que al final se quedó con los estímulos que  a ellos les correspondía. Todo un capitán de altos vuelos, en materia de corrupción.

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