Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
5 de junio, 2011
Cada quién habla de la Feria, según le haya ido.
Pues bien, en la víspera del día de la Libertad de Expresión, habrá quien esté convencido que es una fecha para bailongo y borrachera. O para ampollarse las manos, para agradecer las amplias libertades de que se goza.
Por nuestra parte, creemos que no hay nada que celebrar y sí mucho que reflexionar.
El periodismo vive momentos difíciles. Nunca como antes, el gremio había estado tan desprestigiado. En el 68 surgió aquel grito que llegaría para quedarse: “Prensa vendida”, con la cual estudiantes y maestros reprochaban a los medios los pocos espacios que otorgaban al movimiento estudiantil, incluido el Excélsior de Julio Scherer. En descargo, habrá que decir que en México se vive el descredito de todas las profesiones y oficios. A los doctores se les tacha de querer operar a pacientes sanos para completar sus vacaciones a Cancún; al maestro se le tacha de flojo y de ausencia de vocación; al sacerdote de ser pederasta; al mecánico de inventar descomposturas; al abogado de ser más transa que los propios delincuentes; a los artistas plásticos y literatos de vivir del gobierno. Nadie se salva, ni periodistas, ni actores, ni modelos, ni políticos, ni policías, ni nadie de nadie.
Si en el pasado, los periodistas sufrían el acoso del gobierno y de los propios dueños de medios, ahora al acoso hay que agregar a los grupos criminales.
Por nuestra parte, queremos quedarnos con ese periodismo anecdótico que hoy suena a invención. Con aquel Luis Spota que durante 43 días continuos obtuvo la nota de ocho columnas en el Excélsior de los años cuarenta; o con aquel Regino Díaz Redondo que un día llegó a trabajar al Mañana de Nuevo Laredo, con la idea de juntar unos pesos e irse después a Nueva York y con el paso de los años entrevistó a más de un centenar de jefes de estado de cuatro continentes, en una jornada maratónica donde las entrevistas eran a diario y se publicaban al día siguiente a página completa y con un tamaño de letra de 8 o 10 puntos.
Nos gusta aquel Manuel Mejido informando sobre el golpe con el que se derrocó a Salvador Allende y nos gusta esa frase de que para llamarse periodistas es esencial ser o haber sido periodista.
Nos gusta ese Joaquín López Doriga que prefiere que lo llamen reportero y no periodista. O Pepe Cárdenas quien señala que en el periodismo todos somos perros, pero hay clases.
Incluso no deja de ser interesante ese Carlos Denegro al que Scherer definió como el mejor y más vil de los reporteros, que dominaba siete idiomas y que llegaba con los funcionarios con dos textos diferentes: uno en el que vilipendiaba y otro en el que alababa y obviamente cada uno se tasaba en diferente valor monetario. A ese reportero, que se la vivía borracho y maltrataba a su mujer, no se le iba una noticia y cada año, el poder en pleno, encabezado por el Presidente de la República en turno, lo rendían homenaje en una fiesta hecha exclusivamente para él.
aquel Mario Ménedez Rodríguez que en el 67 fue detenido por el gobierno colombiano, acusado de colaborar con la guerrilla porque entrevistó y retrató a los principales cabecillas, y liberado después por petición expresa del Presidente Gustavo Díaz Ordaz a su homólogo colombiano.
Hacer periodismo suele ser complicado para el propio periodista.
Martín Luis Guzmán noveló la matanza de 1927 de Hutizilac, en la que fue asesinado el general Francisco Serrano y 13 personas más y en 1952, como editor de la revista Tiempo se negó a publicar información sobre la violencia desatada contra enriquistas y comunistas el 1 de mayo de ese año, lo que provocó la renuncia de varios colaboradores.
El 7 de junio de 1969, el mismo Martín Luis Guzmán llamaría patriota al Presidente Díaz Ordaz, por la forma en que actúo, al ofrecer el discurso principal en la celebración del Día de la Libertad de Expresión.
En tiempos más recientes, Vicente Leñero se negó a que se publicara en Proceso la información sobre el rescate de los sobrinos del Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, que estaban en manos de una secta religiosa en Venezuela. Leñero se negó luego de que el entonces Director de la Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla lo amenazó sutilmente de que su familia podría salir dañada si la información se publicaba.
En fin, vivimos en un país libre y los periodistas decidirán la forma en qué deben ver este 7 de junio.