Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
3 de marzo, 2014
El Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso, Ramiro Ramos, descartó que en Tamaulipas se prohíba que los papás impongan a sus hijos nombres peyorativos, como sucede en Sonora, lo que ha provocado tanta controversia en diversos puntos del país.
Nos parece una buena decisión, porque cada quien define qué entiende por peyorativo. A un servidor, por ejemplo, le parece de lo más naco e incorrecto, que el papá y la mamá impongan sus nombres a sus hijos, dizque para perpetuar el nombre, aunque fonéticamente suene de lo más ordinario. ¿Qué culpa tienen los hijos de que sus papás los hagan víctimas del bullying de sus compañeritos de escuela, al imponerles sus nombres?
Pero insistimos, cada quién define lo que es peyorativo.
Por ejemplo, en el siglo pasado, el tabasqueño Tomás Garrido Canabal se sentía tan socialista y tan ateo que a sus hijos les impuso los nombres de Zoyla Libertad, Stalin y Lucifer, lo que aún hoy nos padece una exageración, pero para él eso era lo máximo.
Hasta hace todavía algunas décadas, muchísimos mexicanos se sentían tan identificados con la religión católica, que a sus hijos les imponían los nombres del santoral, sin importar que sonarán tan poco elegantes y sin embargo, los papás estaban tan orgullosos de su decisión que se esforzaban en transmitir ese orgullo a sus vástagos.
En Tamaulipas, los papás siguen teniendo libertad para decidir que nombres imponen a sus hijos, pero también deben flexibilizarse las reglas para que al alcanzar la mayoría de edad, hombres y mujeres, sin importar su condición social, puedan cambiarse el nombre, mediante un proceso que sea ágil y económico, porque no se vale que los padres condenen sus vástagos a cargar nombres feos toda la vida.
En otro tema, el PRI festeja este martes el 85 aniversario de su fundación y tiene muchas razones para celebrarlo, pues de estos 85 años, se han mantenido 73 en el poder.
Distantes están los días en que el escritor y periodista escribió la novela “El día que el PRI perdió”, en 1976, en un tiempo en que parecía que eso jamás sucedería.
Años más tarde, en 1990, el peruano Mario Vargas Llosa diría que con el dominio del PRI, México era la dictadura perfecta. Aún habrían de pasar 10 años más para que esa dictadura dejase de ser perfecta.
La caída del PRI no inició en el 2000, sino en 1989, cuando por primera vez el PRI acepto que había perdido la gubernatura de Baja California, con Ernesto Ruffo Appel y después vendría otras entidades como Guanajuato, Chihuahua, Nuevo León.
Con la derrota presidencial del 2000, hubo quien llegó a pensar que el PRI tardaría muchísimo tiempo en regresar a Los Pinos, pero la espera apenas duro 12 años y por eso el PRI y los priistas tienen razones de sobra para estar borrachos de contentos.
Por supuesto, en esta vida no se puede tener todo en la vida y en el caso concreto de Nuevo Laredo, la derrota electoral de hace 8 meses aún les duele a los priistas, pero están trabajando para regresar al camino del triunfo.