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29 de noviembre, 2016

• Las lecciones de la historia

 

Dentro de los que se pueden considerar como los preámbulos de la gran batalla por el poder político en México, que tendrá su máximo escenario justamente en el 2018, los partidos y los que serán los grandes actores de esa contienda dan muestras ya de que se encuentran enfrascados activamente en la lucha por varias gubernaturas claves que estarán en juego el próximo 2017, antesala de la elección presidencial.

El domingo pasado, por lo pronto, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tuvo la llamada reunión del Consejo Político Nacional, ante el que compareció el presidente Enrique Peña Nieto para reafirmar que, pese al drástico descenso en su popularidad en el país, al interior del tricolor no sólo sigue manteniendo una innegable influencia y respeto, sino que se dio el lujo de congelar el activismo político con miras a lograr la candidatura presidencial por parte de algunos de los grupos del tricolor.

Ante cientos de consejeros, por otra parte, reiteró la decisión de su gobierno de combatir la corrupción y luchar por abatir la impunidad y la negligencia de las autoridades competentes para procesar a quienes traicionando el mandato popular lucran a costa de los presupuestos y cometen abusos que deben ser sancionados.

Hay que decirlo, con varios ex gobernadores del partido que Peña Nieto representa prófugos de la justicia y señalamientos de  múltiples desvíos de fondos destinados a la obra pública en muchas partes del país por parte de funcionarios priistas, no puede menos que ponerse en duda los propósitos gubernamentales.

Por otra parte, la declaración que hizo en calidad de primer priista de la nación en el sentido de que antes de seleccionar a quien habrá de ser candidato tendrá que elaborarse un programa al que tendrá que sujetarse como decisión partidista, si bien es un llamado a refrenar impulsos de aspirantes, la historia nos indica que también es una maniobra para que todos esperen a que se dé la suprema decisión conocida popularmente como “dedazo”.

Quienes tuvimos la inquietud en nuestra tierna adolescencia de seguir el curso de los acontecimientos políticos, recordamos una etapa en la historia de México en la que, siendo presidente de la República Luis Echeverría Alvarez y presidente del entonces invencible PRI, Jesús Reyes Heroles, ante los desbordados apoyos que parecía recibir ya el entonces secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, se procedió a realizar una convención de los más importantes líderes del partido en la que la idea era, precisamente, elaborar una plan de gobierno para quien fuera el abanderado priista de la época. “Primero el plan y luego el hombre” era la frase que resumía el supremo propósito.

Mientras se discutían en el seno de aquella convención los detalles del plan en cuestión, uno de los líderes de sector del partido hizo público su respaldo, desde luego como parte de una instrucción directa presidencial, como candidato a la Presidencia de la República a José López Portillo, entonces secretario de Hacienda, a quien lo unía una entrañable amistad con el presidente Echeverría.

Reyes Heroles, considerado ideólogo del PRI y uno de los hombres más preparados del sistema de aquel entonces fue sorprendido con la noticia del “destape” mientras presidía la reunión partidista. La televisión difundió imágenes en las que aparecía fumando con furia tras darse cuenta que había sido víctima de un engaño presidencial para cuidar el lanzamiento de quien habría de convertirse en aquel 1975 en candidato oficial del PRI.

Tras el anuncio a favor de López Portillo, éste empezó a recibir las muestras de apoyo de los principales funcionarios  del gabinete. Uno de esos respaldos se lo manifestó públicamente el propio Mario Moya Palencia, quien tan sólo unas horas antes se sentía candidato presidencial. 

Así funcionaba el sistema en tiempos en los que ser candidato del PRI era garantía de triunfo.

Puede ser, volviendo a la época actual, que mientras se elabora el proyecto partidista, el presidente tendrá oportunidad de armar las condiciones propicias para decidir quién será el candidato e imponerlo a su partido.

La gran diferencia es que actualmente ser candidato del PRI no es garantía de triunfo.

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