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Raúl HERNANDEZ

9 de septiembre, 2010

La reciente renuncia del Secretario de Seguridad Pública, José Yves Soberón, envía una mala señal, no solo a quienes se mueven en el mundo de la política sino a todos los que están inmersos en el aparato de seguridad pública, donde de por sí es más que evidente que todos son elementos de ornato y nadie hace nada, con el pretexto de las limitaciones jurídicas.

No solo no hacen nada, muchos de ellos quisieran tener una máquina aceleradora del tiempo y que ya fuese el uno de enero del 2011 y poder irse a sus casas, a tratar de recuperar la  tranquilidad perdida. Tranquilidad que ellos mismos decidieron al momento de aceptar las responsabilidades encomendadas, pues nadie les hizo manita de puerto para  obligarlos a estar ahí.

Mal andan las cosas cuando el Secretario de Seguridad Pública decide adelantar su salida, cuando lo políticamente correcto era  esperarse hasta el 31 de diciembre, total, que tanto  falta.

En otro tema, en días pasados nos tocó  renovar la visa láser y pudimos comprobar que si bien para llegar  al Consulado de los Estados Unidos, hay un cerco de soldados  mexicanos, con vehículos hummer en las cuatro esquinas del inmueble y de elementos de un cuerpo de seguridad privada, además, de  arcos detectores  de armas y una serie de reglas que hay que acatar, la realidad es que son medidas normales y diríamos que hasta mínimas, comparadas  con las que se aplican en algunos aeropuertos.

En el aeropuerto de la Ciudad de México, por ejemplo, cuando se tiene un vuelo con conexiones, al pasajero no se le permite  salir del edificio, lo que lo convierte en reo. Un servidor tuvo que permanecer casi siete horas, en esas condiciones, hace  tiempo.

Y en el aeropuerto de Laredo, alguna vez se nos obligó  quitarnos zapatos y calcetines, al pasar bajo un arco detector de metales.

Para el acceso al Consulado se exige mucho orden, desde que se está en la calle y ya una vez adentro, pero nada del otro mundo y será que uno cumplió con todos los requisitos o  será que nos tocó un oficial “buena onda”, pero la verdad es que aunque llevábamos decenas y decenas de documentos para poder comprobar  determinada información,  a la mera hora nada nos  pidieron.

Pero además, como a final de cuentas es territorio estadounidense, el  personal, así se trate de mexicanos, aplica todas las reglas de cortesía que se dan en los Estados Unidos, como darle  preferencia a personas mayores de edad o con alguna discapacidad, reglas que aunque en México ya se empiezan a practicar, todavía  falta mucho para que  terminen imponiéndose.

En cambio, ahí poco valen las influencias,  y nos tocó ver a los integrantes de un famoso grupo, Los Traiileros del Norte,   haciendo turno para obtener sus visas de trabajo, como cualquier  otro ciudadano. Si hubiesen estado en una oficina  pública mexicana, no faltaría un funcionario que al verlos, saldría a su encuentro, los llevaría a una zona apartada y  hasta ahí iría algún empleado a atenderlos en sus trámites, al tiempo que se les ofrecían  bebidas y algún bocadillo.

En fin, mucho ha cambiado el trato que  ofrece el personal del Consulado de los Estados Unidos en Nuevo Laredo a quienes   acuden ahí a realizar algún trámite y estanos hablando que tan solo en el caso de las visas láser son más de 80 mil los atendidos en el año.

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