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Doctorado

Raúl HERNANDEZ

25 de septiembre, 2011

Cuando José López Portillo gobernaba el país, a  su amigo, Arturo Durazo Moreno, el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal le entregó un doctorado Honoris Causa, sin tener antecedentes  como jurista, ni  haberse distinguido en la academia.  El Negro Durazo también se dio el gusto de que su amigo lo nombrara general de división, sin tener antecedentes como militar.

Y después de haber visto a un criminal convertido en general y en doctor Honoris Causa,  ya nada  debe extrañarnos. Por eso que  ahora ofrezcan cursar la primaria y la secundaria en 15 días, terminar la preparatoria en dos o tres meses o obtener una licenciatura cursando 150 horas, no sorprende. Sorprende que haya incautos que se crean todo eso.

Hace poco un director de una preparatoria se quejaba del alto grado de reprobación  de sus alumnos. Se deprimió tanto que estaba convencido de de que estaba fallando como mentor, hasta que otros colegas suyos concluyeron que el  bajo rendimiento era resultado de que muchos de los alumnos terminaban su secundaria en 15 días y al entrar a la prepa no estaban preparados ni para lo más mínimo. Y el problema es que no se les podía negar el acceso a la escuela porque su certificado es legal.

En las preparatorias, basta con que un alumno asista todos los días a clases y entregue sus tareas, aunque estén mal elaboradas, para que el maestro lo apruebe, aún cuando en los exámenes haya sacado cero.  Y eso deriva en que luego los alumnos llegan mal preparados a la universidad y por eso es normal que solo tres de cada 100 estudiantes  logren graduarse de la universidad.

Nosotros siempre recordamos con gusto y mucho orgullo nuestro paso por la universidad.  Nos tocó tener como maestros a ocho doctores, a dos investigadores de tiempo completo, al decano de la facultad con 37 años como  catedrático. Nunca ejercimos la abogacía, ¡Pero como disfrutamos nuestra etapa universitaria y la calidad  de cada cátedra!

Tuvimos como maestro a un doctor en derecho romano. Los lunes llegaba materialmente borracho e invariablemente  preguntaba, y la clase se lo concedía, si podíamos permitirle dormir y se recostaba en el escritorio. De martes a jueves sus clases eran dignbas de  un doctor en derecho.

Hoy como  adultos, nuestro deber como ex universitarios es velar por la calidad educativa de nuestros hijos. No se trata de que  obtengan cualquier certificado de estudios, sino de que estén preparados para enfrentar la  vida con el mayor de los aciertos.

A las personas decentes, un doctorado como el de Arturo Durazo, de nada les sirve, pues nunca intentará aprovecharse de la situación. En cambio, los pillos, con título o son él, siempre se las ingeniarán  para  hacer sus pillerías y de paso ostentarse como  gentes honorables, como en su momento lo  quiso hacer  Arturo Durazo.

Hace algunos años, cuando le comentamos a un doctor lo bonito de haber  alcanzado su doctorado, nos dijo: “Ni te creas, el doctorado nada más te sirve para ocultar lo …”. Por supuesto, no hay que ser tan drástico.  Un doctorado real satisface principalmente al que lo obtiene con el fruto de su esfuerzo y que haya doctorados como el de Durazo, es meramente anecdótico.

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