Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
5 de abril, 2012
Desde que surgió el Instituto Federal Electoral mucho ha cambiado la forma de hacer elecciones y tanto ha cambiado que las nuevas generaciones no creen aquellas historias del ratón loco, de padrones rasurados, de individuos ofreciendo dinero a cambio de votos a pocos metros de la casillas, del robo de urnas, de boletas con resultados alterados.
Eran tiempos en los que en una casilla se registraban más boletas que votantes y aunque los opositores protestaban, en tiempo y forma, nadie les hacía caso y al final del día, prevalecía el resultado contenido en el acta de escrutinio en poder del partido oficial, sin importar que no coincidiera con las copias que tenían los representantes de los demás partidos.
También era común –hablamos de las elecciones de 1988 y anteriores, en lo que corresponde a las federales y de 1989 hacia atrás, por lo que toca a las locales—que para evitar la fatiga de ciertos electores o simplemente porque no se tenía confianza por quién iba a votar, que se recogieran credenciales días antes de la elección y después, un solo individuo recorría varias casillas depositando sus votos.
Como además a los funcionarios, tanto de los órganos electorales como de las casillas, los escogía el gobierno, se otorgaban toda clase de facilidades a quienes votaban dos o 50 veces, para el caso era lo mismo.
Como si todo eso no fuera poco, no era raro que a la hora de abrir la caja de las boletas, que muchas veces llegaban ya armadas a la casilla, dentro hubiese rollos de boletas, todas cruzadas con un mismo color de tinta y con un trazo igual. El funcionario avalaba el resultado sin hacer caso de las protestas de los demás, si las había.
¡Ah y qué decir del robo de urnas! Estas desparecían en plena jornada electoral, se daba aviso a las autoridades policiales y gente de los partidos de oposición intentaban dar con ellas. Terminaban apareciendo en horas de la madrugada, o dos o tres días después, con hartos votos para un solo partido, pero de todos modos el funcionario electoral avalaba el resultado, sin investigar cómo desapareció, ni quién la recupero. Lo importante es que estaba de vuelta, sin importar que todos los votos favorecían a un solo candidato.
Tampoco era raro, que el día de las elecciones, los opositores no aparecían en el padrón y no se les dejaba votar. Se dejaba afuera de las listas, no solo a dirigentes visibles de los partidos opositores, también a militantes reconocidos e incluso a quienes eran candidatos.
No solo había dificultades durante el proceso electoral, antes o después de este, las persecuciones a los opositores se daban desde revisiones fiscales hasta dificultades en sus trabajos y en sus negocios, donde se les exigía el respeto a toda la normatividad vigente.
En esos años, después de la elección era común escuchar de los opositores que se había cometido fraude.
Sí, las elecciones han cambiado desde que existe el Instituto Federal Electoral y desde que los procesos se han ciudadanizado, aunque se sigue escuchando aquel grito de fraude, después de la elección, pero suena más a una justificación de la derrota que a una queja real.