Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
8 de febrero, 2013
Hubo un tiempo, no muy remoto, en que las elecciones era posible ganarlas en una mesa de negociaciones. Los votos en las urnas eran una cosa y otra los votos consignados en las actas de escrutinio validadas por la autoridad electoral. Los resultados de las actas no siempre eran coincidentes: el representante del PAN podía tener unos números, otros el del PRI y otros eran los consignados en el acta en poder de la autoridad, que a final era la que valía. Por eso sucedía que había casillas donde un candidato obtenía más un 110 por ciento de los votos, del total de ciudadanos apuntados en ese seccional.
La primera vez que Manuel Cavazos Lerma fue diputado federal por el distrito con cabecera en Valle Hermoso, hubo casillas donde obtuvo el 115 por ciento de los votos.
Pero además de estas votaciones record, no era extraño que el total de ese 110 por ciento fueran para el PRI.
El PRI-Gobierno eran uno solo y controlaban todo, desde los órganos electorales, el presupuesto a los partidos, el personal de casillas y por eso se despachaban solos.
Este menoseo de las elecciones, permitía al PRI ganar, pero también le permitía perder, cuando quería castigar a uno de los suyos. No hablemos de casos nacionales como el de Ramón Aguirre Velázquez, que ganó las elecciones en Guanajuato y no lo dejaron llegar. En cambio citemos el caso de Enrique Reséndez quien en 1988 ganó las elecciones federales. Ganó en todas las casillas, tomó protesta como diputado, lo dejaron hasta tomarse una foto sentado en su curul, y al final lo despojaron de su triunfo, sin nunca clarificarse porque lo despojaban.
Con la ciudadanización de los órganos electorales, a partir de principios de la década de los noventas, el nivel de la competencia electoral mejoró y las elecciones dejaron de ganarse en una mesa de negociaciones.
Que las elecciones no puedan ganarse en una mesa de negociaciones, representa un avance en nuestra frágil democracia, donde la desconfianza que tienen los ciudadanos hacia los partidos, los partidos hacia el gobierno, el gobierno hacia los partidos y donde todo mundo es incrédulo, ha obligado a inventar leyes donde se vigilan unos a otros. Con ello se busca perfeccionar nuestra democracia, pero al final se enrarece.
En fin.
En otro tema, a unos días de que se abra la fase de las precampañas, a partir del 15 de febrero, los partidos no definen aún quiénes serán sus precandidatos. En el PRI sigue la incertidumbre en torno al tapado: en el PAN están a la espera de que se aclare si se inhabilita o no a su único prospecto; el PRD está a la expectativa, sin pre-candidato visible; a su vez Héctor Peña Saldaña analiza invitaciones de dirigentes nacionales y estatales del PRD, MC y PT para que acepte ser su abanderado en las elecciones del 7 de julio.
No hay, pues, nada para nadie.
Y mientras los partidos están indecisos, la mayoría ciudadana esta a la expectativa de lo que ofrecerán cada uno de los pre-candidatos. Ya no basta decir que se quiere mejorar a Nuevo Laredo, hay que decir cómo.