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¿Viva México?

Carlos López Arriaga

30 de agosto, 2010

La nota roja en este México bicentenario circula a velocidad de vértigo, más rápida que nuestra capacidad de asimilación, despiadada, incontrolable, desafiando día con día el umbral ciudadano del asombro.

Historia de horror por capítulos, la actividad predatoria de los grupos armados supera en muy poco tiempo sus propios récords, marcando hitos históricos que luego, con gran facilidad, deja atrás mediante mayores desplantes de audacia.

No le vemos fin. Por el contrario, la vorágine de golpes exitosos y absolutamente impunes se antoja el estímulo idóneo para llegar todavía más lejos y conquistar horizontes de crueldad que ni en la peor pesadilla hubiésemos imaginado.

Nadie duda ya de su poder, superior en versatilidad y eficacia al de los cuerpos de seguridad creados para prevenirlo y combatirlo. La prevención es, por cierto, nula. El combate extremadamente pobre en resultados.

Cabría preguntar si tal concatenación de hechos violentos pudiera, eventualmente, abordarse como un lenguaje, si por ventura fuese interpretable en calidad de discurso.

De ser así, ¿Qué nos dice, que busca y que quiere?, ¿Sería factible una lectura elaborada de sus intenciones y propósitos, más allá de la recopilación casuística, de su fenomenología más elemental?

Tan cercana en el tiempo, la ejecución de RODOLFO TORRE hoy parece historia lejana ante la posterior sucesión de golpes que recordamos como un viacrucis interminable.

La mirada del ciudadano promedio (televidente, radioescucha, lector) va de Tampico a Victoria, San Fernando y Reynosa, entre tragedias autorreplicantes desde Santiago, Nuevo León hasta Hidalgo, Tamaulipas.

Candidato perdedor en la pasada contienda gubernamental, el empresario matamorense JULIO ALMANZA ARMAS proponía este fin de semana algo así como un servicio “VIP” para empresarios de la región que constaría de autobuses blindados y vigilados por una comitiva de protección. Cuestión de preguntar si la Policía Federal estaría interesada en ello.

Al momento de escribir estas líneas, los principales portales noticiosos confirman plenamente los lamentables hechos ocurridos en el poblado “El Tomaseño”.

Apenas el viernes pasado, desde mi espacio en la red social de Twitter me permitía garrapatear ideas inconclusas surgidas al calor de la información policiaca.

De haber preguntado a los académicos de los años cincuentas y sesentas cómo sería el México del año 2010 imaginarían cualquier cosa menos esta antiutopía bárbara.

De haber consultado a los intelectuales de los años setentas y ochentas cómo sería el México del bicentenario hubieran previsto cualquier escenario menos este.

¿Será correcto decir que México cambió la utopía por la antiutopía, el paraíso por el infierno, que nos salió el tiro por la culata y estamos ahora bicelebrando en la morgue?

En 1810 el nubarrón de pólvora emergió del ideal insurgente. En 1910 del ideario social. En 2010, la nube emerge de la alcantarilla nacional.

La justificación de las armas pierde sentido cuando se actúa al margen de cualquier propósito de cambio y para satisfacer pulsiones elementales, por sevicia, saña, encarnizamiento, crueldad.

Debo confesar que por meses me resistí a considerar siquiera la propuesta tan denodadamente reaccionaria que muchos mexicanos han hecho circular por Internet demandando la cancelación de los festejos patrios derivados del doble aniversario que se conmemora este año.

Jamás me gustó, por principio, el argumento central basado en cierta postura que podríamos tipificar como antigobiernismo crudo.

Sigo pensando así, aunque ahora encuentro una razón más práctica, menos ideológica y absolutamente ajena a cualquier posicionamiento partidista.

Hoy creo que por seguridad elemental de los mexicanos, es urgente (y estamos a tiempo) un replanteamiento serio de los festejos relacionados con el centenario y bicentenario de ambas gestas, la insurgente y la revolucionaria.

Y replantearlo no significa necesariamente cancelación u olvido, sino compactación de sus eventos con el fin de reducir el margen tan alto de riesgo que entraña el desafío de los grupos violentos.

Sirvan de muestra las explosiones ocurridas en Morelia hace dos años, durante la madrugada del 16 de septiembre cuando concluía la ceremonia del grito y cuyo resultado cobró un centenar de víctimas, entre muertos y heridos.

Huelga decir que en aquel 2008 nuestro país todavía no alcanzaba los extremos de crueldad ni la ubicua capacidad de fuego demostrada por los grupos delictivos en el actual 2010.

Para evitar confusiones creo necesario insistir en la validez de estos festejos y la innegable legitimidad histórica de dichas conmemoraciones.

Aún así opino que resulta urgente reconsiderar a fondo actividades y programas con el propósito central de proteger a la gente que de buena fe asiste a esta clase de eventos masivos.

Sería lamentable para los tres niveles de gobierno el ignorar este entorno de peligro extremo que hoy priva en toda la república.

Sin duda habrá que blindar las fiestas centenarias y bicentenarias. El primer paso consistiría en racionalizar al máximo los eventos donde la gente concurra en forma masiva. Con jolgorio o sin él, el amor a México se lleva en el alma.

 

-BUZON: lopezarriaga21@prodigy.net.mx

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