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15 de septiembre, 2010

Inteligente decisión de Hidalgo al tomar de la iglesia de Atotonilco el Grande el estandarte guadalupano que serviría de guía e inspiración a aquella masa que pronto conformó un ejército errante de 20 mil hombres, entre soldados de formación realista atraídos por Allende, criollos distinguidos y jornaleros, indios o rancheros simples que arrastraban incluso a sus mujeres hacia la vorágine de una revolución que nadie sabía hasta donde iba a llegar, pero que estaba en marcha sin remedio.

Los saqueos iniciados en san Miguel el Grande, establecieron las primeras diferencias entre Allende e Hidalgo, después que el primero utilizó la fuerza bruta para detener los desmanes de la afiebrada turba en busca de venganza.

Las poblaciones caían sin resistencia ante el empuje del improvisado ejército: Chamacuero, san Juan de la Vega, Apaseo, hacienda santa Rita y Celaya el día 20. Ahí fue confirmado don Miguel como Capitán General y Allende como Teniente General.

En turno Guanajuato y el triunfo significaba un gran paso en aquella guerra de independencia que muchos aun no entendían, pero presentían sería el gran golpe a la soberbia virreinal.

Hidalgo convencido de que el arribo de su ejército tendría como consecuencia un baño de sangre escribió al defensor, el intendente Juan Antonio Riaño senda misiva en que llamaba a una rendición pacífica, la cual fue despreciada por el realista que insolente respondió que lo esperaba “con sus chusmas” en el palacio o alhóndiga de Granaditas y hacia allá se dirigió el libertador, no sin antes cruzar con flores y honores las poblaciones de Irapuato, Salamanca y Silao, antesalas del infierno que se avecinaba.

Hidalgo teme que entre las fuerzas enemigas se encuentre su hijo Joaquín quien vivía al lado de su madre Bibiana Lucero en aquel lugar. Hace el último intento antes de atacar el inmueble enviando a Mariano Abasolo e Ignacio Camargo como emisarios de paz, pero todo fue inútil. El intendente Riaño responde con una descarga de fusilería matando a varios insurgentes de las primeras filas. El combate era inminente, pero era necesario derribar la puerta principal. Es en esta circunstancia donde aparece el joven barretero José de los Reyes Martínez Amaro, apodado “El Pípila”, dispuesto a realizar la misión pidiendo “un toro”, sea una laja de piedra que le cubriera la espalda, una mecha y una reata.

La batalla duró  cuatro horas y murieron 551 personas convirtiéndose aquello en una fiesta macabra ya que después del enfrentamiento “entre charcos de sangre comían y bebían los soldados de la insurgencia”.

Hidalgo consigna el horror de la guerra en su diario: “¡Cuánto resultó ser cierto lo que yo siempre pensé: que el pueblo lleva la guerra adentro, como una lombriz intestinal, y habría que vomitarla un día con fiebre rabiosa!...¡qué  terrible destino el mío, empuñar el tecpal de los sacrificios humanos!...¡prender la chispa del incendio!. La tormenta se desencadenó y ahora nos arrastra a todos. ¡qué caro hay que pagar la libertad!”.

SUCEDE QUE

Por supuesto, Amalita García fue gobernadora de Zacatecas y no de Aguascalientes como aquí  en forma errónea se dijo. ¡Ay los años!.

Mientras tanto los miedos arrinconan al PRI. Ora resulta que no le apetecen los candidatos comunes en el estado de México. Pareciera que el señorito Peña Nieto se acalambró antes de tiempo.

Y ello desde luego es materia de nuevo escándalo por cuenta de la mentada democracia.

Y hasta la próxima. 

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